Daniel Hove era un veterano de la guerra que se desempeñaba como capitán de bomberos siempre contaba con su fiel compañero Gunner. Su mejor amigo con el que permaneció inseparable por once años.

Un programa televisivo estadounidense dio a conocer la historia, pero las redes sociales la difundieron a nivel mundial. El relato conmovedor que deja ver el grado de fidelidad de las mascotas caninas.

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Hover enferma

En el año 2011, Daniel Hover comenzó a enfermarse y después de estudios exhaustivos fue diagnosticado con cáncer en el páncreas. Tras la evaluación oncológica se procede a aplicar tratamiento por quimioterapia, a la que el veterano acudió siempre en compañía de su fiel compañero.

Al principio las quimioterapias fueron llevaderas, pero el estado de salud del caballero empeoraba. En aquellas sesiones, sacaban al perro de la habitación, pero no dejaba de ladrar y el hombre no conciliaba el sueño si no veía a su perro.

Con el tiempo, y para colaborar con la mejoría del paciente, los médicos mismos decidieron colocarle una cama al canino que lo mantuviera cerca de Daniel. Una situación que se fue prolongando con el transcurrir de los años.

El perro enferma

Pero pasaba algo inusual que la hija de Hover, Heather Nicoletti describe en pocas palabras: a medida que la salud de su papá empeoraba, el perro también lo hacía.

En los grises días en los que el papá no respondía, tampoco lo hacía la fiel mascota. Entonces comprendieron que se acercaba el fin de ambos.

Cuando la familia constató la falta de movilidad del perro, lo llevaron al veterinario quien les indicó que padecía de una rara enfermedad en la que se le hinchaban las extremidades impidiéndole ponerse de pie o caminar. Su enfermedad era grave y la familia consternada decidió aplicarle una inyección letal.

Pero el mismo día en que Gunner murió, con pocas horas de diferencia y 9 años de lucha contra el cáncer también murió su dueño.

Es una historia breve en la que se deja ver como las emociones y estado de salud, pueden afectar y resentir a los fieles caninos. Pero surge una pregunta:

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¿Qué es la eutanasia en los perros?

Es ponerle fin al sufrimiento del animal por sus condiciones de salud.

Debido a las condiciones religiosas y morales la eutanasia humana esta prohibida en la mayoría de los países. Pero en el caso de los caninos y diversas mascotas sean grandes o pequeñas si se puede.

Al dueño le correspondería tomar la decisión, siempre deberá ser para aliviar al animal de un innecesario y prolongado sufrimiento. Hecho que desprende la premisa en la que, si no existe tal sufrimiento, no debe practicarse.

Lamentablemente las condiciones también cambian de un país a otro, y en algunas ocasiones la emplean para deshacerse de los perros abandonados, agresivos y camadas indeseadas.

Es por eso que los perros deben esterilizarse a tiempo y rescatarlos de la calle o adoptarlos. De esa forma es posible salvar a muchos perros de una muerte segura.

Quién realiza la eutanasia en perros

Para comenzar, es el veterinario el que debe confirmar que el sacrificio es completamente necesario, cuando los esfuerzos por mejorar su calidad de vida sean nulos.

Es solo él quien puede llevar a cabo el procedimiento. Como profesional que garantizará que el perro muera tranquilamente y dormido. Incluso determinara la efectiva muerte del canino para que su dueño disponga de sus restos.

Es una decisión muy dura, en la que el dueño enfrentará sus propios sentimientos. Pero casi siempre debe hacerse tras una enfermedad grave y dolorosa como el cáncer o un terrible accidente.

Tipos de Eutanasia

La más común es la inyección intravenosa de una dosis alta de pentobarbital o Tiopentato de Sodio. Antes de aplicarla el técnico seda al perro, para que no sufra con el paro cardíaco que generará la sustancia ingresada en su organismo.

Generalmente la muerte se produce en 30 segundos. Esta técnica es la más difundida porque provoca un deceso tranquilo y sin sobresaltos que haga más difícil el proceso.

Las menos comunes son por inhalación de anestesia, en la que el veterinario debe esperar un tiempo determinado para constatar la muerte. Y la otra es la inyección intraperitoneal o cardíaca, que provoca una muerte brusca.

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